Bajo el título “Ramón Sánchez Estalote. Memoria dun tempo”, el Consorcio de Santiago y Teófilo Ediciones acaban de publicar un libro con imágenes del fotógrafo compostelano. Reúne más de doscientas fotografías de Ramón Sánchez Estalote (1908-2002). Son tanto reproducciones hechas a partir de los negativos como fotos originales rescatadas del amplio fondo fotográfico que conserva la familia del autor. En su mayoría se trata de imágenes en blanco y negro, aunque también hay alguna iluminada con color por el propio fotógrafo.
La autora, Mercedes Rozas, señala que “durante cerca de cinco décadas Estalote plasmó muchas de las secuencias diarias de Santiago de Compostela. Su historia no es distinta a la de otros fotógrafos que retrataron la memoria de este país con la única pretensión de realizar dignamente su trabajo, entendido éste, en las décadas de posguerra, como oficio y no como actividad artística. Nunca apareció su nombre unido a sus fotos, que, comercializadas como postales, fueron, en cambio, muy populares en la ciudad. A lo largo de los años, cientos de viajeros y peregrinos regresaban a su casa con el recuerdo en blanco y negro de una estampa de la catedral, del mercado de abastos o de la feria de Santa Susana, captadas por un fotógrafo del que nadie sabía su nombre”.
Por fortuna, Estalote guardó su archivo en cajas de zapatos y en una vieja maleta de cartón. Estos fondos, recuperados por sus sobrinos poco después de su fallecimiento, rubrican de manera fiel su personalidad a la hora de enfocar la cámara.
Los detalles biográficos de Moncho, como era conocido, se pierden en un silencio azuzado por su carácter tímido. El también fotógrafo Tino Martínez lo recuerda como un hombre solitario, con su pequeña cámara Leica apostado en una esquina a la espera de alguna recompensa fotográfica.
Empieza a trabajar con tan sólo catorce años en el tradicional establecimiento compostelano de Casa Gamallo, especializado en óptica y fotografía. En 1936 fue llamado a filas; reclutado como fotógrafo, trabajó en Burgos para Franco, al que retrató en varias ocasiones. De esta etapa sólo conservó tres pequeñas fotos del dictador y alguna de él mismo con uniforme militar.
En 1947 hizo un amplio reportaje de la visita de Eva Perón a Santiago
En la posguerra, retoma su labor en Santiago, donde realiza diversos retratos de personalidades de la jerarquía política y religiosa, desfiles militares y procesionales o vistas del estadio de Riazor, al que acudía los domingos como reportero y también como miembro de la Peña Deportivista de Santiago. En 1947 sigue paso a paso la visita de Eva Perón a Compostela, con un reportaje completo desde su llegada al aeropuerto, la recepción oficial en los balcones del ayuntamiento y la plantación de un árbol en la Alameda.
De la catedral compostelana tiene un amplio abanico de imágenes. Incluso dispone de varios negativos de las excavaciones llevadas a cabo por Chamoso Lamas en la década de los cincuenta del pasado siglo en el subsuelo de la nave central, dejando al descubierto las trazas de la necrópolis primitiva. También realizó fotografías aéreas, en los años sesenta, en la etapa en la que se amplía la ciudad con nuevos ensanches que empiezan a despegarse del núcleo histórico.
Cuando se impuso el color, también probó suerte con él. Las últimas fotografías de Estalote que se conservan son las dedicadas a distintos episodios de la llegada de la Transición con pancartas políticas colgadas en la calle Senra.
“Un profesional que exploró, de manera autodidacta, la originalidad y perfección de su labor” -destaca Mercedes Rozas-. Las lecheras, las paisanas que vendían sus productos en la plaza de abastos o en la feria de Santa Susana, la celebración de las fiestas de la Ascensión y del Apóstol, la vida cotidiana en Compostela… Su archivo consta de cientos de negativos e imágenes originales en papel, pero no sólo de Santiago. Su mirada se prolonga al rural y también a otras ciudades como A Coruña y Vigo -donde recogió la vida de los marineros- y a pueblos como Padrón o Muros.
Estalote “llevó a cabo una obra directa, no manipulada, como la de aquel preso que los guardias trasladaban en volandas al calabozo, la de una paisana ayudando a meter una vaca en un camión o la de unos niños bajando las escaleras de la Quintana sobre una tabla” -manifiesta Rozas-. Se mantuvo activo hasta cerca de cumplir los noventa años.